miércoles, 16 de febrero de 2011

“Rezett fue quien me firmó el recibo cuando entregué a Analía Magliaro en el GADA 601”

Así lo afirmó en su declaración ante el tribunal el militar retirado Roberto Eduardo Berazay quien conserva el original de aquel papel. Además declararon los hermanos de la víctima
Con el testimonio de los dos hermanos de Analía Delfina Magliaro y la presencia del imputado, coronel retirado Fortunato Valentín Rezett, se realizó ayer la primera audiencia del juicio por el asesinato de la estudiante platense entre agosto y septiembre de 1976. Además declaró el capitán, miembro de la Policía Militar 101, Eduardo Berazay encargado del traslado de Magliaro a Mar del Plata.

Cerca de las 11 de la mañana, el tribunal compuesto por los doctores Roberto Falcone, Mario Portela y Martín Bava, dio por iniciado el debate oral y público con la lectura del requerimiento de elevación a juicio, a cargo del representante del Ministerio Público Fiscal, Daniel Adler.
El coronel retirado Rezett, imputado como “participe necesario en el asesinato de Analía Magliaro”, fue el primero en comparecer ante el Tribunal, negándose a declarar aludiendo no estar en condiciones de salud como para brindar testimonio. A pesar de ello, se mantuvo atento durante toda la audiencia -que se extendió hasta pasadas las 14- junto a su abogado defensor, Carlos Horacio Meira.
Hoy continuará el debate con un testimonio a través de teleconferencia y, por la tarde, se prevé que la querella, a cargo del doctor César Sivo, haga uso de la palabra para exponer su alegato.

“Todos estábamos en peligro”
Mario Miguel Magliaro tiene 60 años, es actor y aún vive en la casa que compartía con su hermana en la ciudad de La Plata. Ayer, fue el primero de los testigos que brindó declaración frente al Tribunal Oral Federal 1, en el juicio que se ventila el asesinato de su hermana Analía Delfina Magliaro.
Sentado en el medio de la sala respondió, en primer lugar, a las preguntas realizadas por la Fiscalía.
Según sus recuerdos, el 19 de mayo de 1976 Magliaro fue secuestrada junto a una amiga -Graciela De la Torre- de la casa de la familia Chirria, un matrimonio amigo que vivía a cinco cuadras de la casa. El operativo, a cargo de personas de civil, fue realizado en plena madrugada, por lo que recién en la mañana los familiares de las jóvenes se enteraron de lo ocurrido.
Mario recordó que fue su madre quien, inmediatamente, se puso al frente de la búsqueda de “Lili”, -así llamaban en la familia a Analía-. “Mi madre tuvo que buscar a su hija y protegernos a mí y a mi hermano, porque todos estábamos en peligro por el simple hecho de ser jóvenes”, expresó.
A principios de agosto, un llamado a la casa de una tía rompió el silencio en torno a la desaparición de Magliaro. Según relató Mario, en el llamado se decía que su hermana estaba detenida en una comisaría 34 de Capital Federal. Hacía allí fueron los familiares. Al entrevistarse con el policía a cargo de la dependencia, les confirman que allí estaba Analía, pero que al estar en calidad de incomunicada, no podían verla. Sin embargo sí pudieron acercarle ropa y comida. La desazón familiar volvió a adueñarse de la escena cuando, alrededor de una semana más tarde, en una nueva visita a la comisaría 34, la madre de Analía supo que su hija ya no estaba allí y que había sido trasladada por personal del Ejército. En el libro de la época donde se asentaban los movimientos de la comisaría figuraba el nombre de un capitán que con su firma acreditaba el retiro de la detenida del lugar. Ese militar era Eduardo Berazay.
De nada sirvió el intenso periplo realizado por los familiares de Magliaro para intentar saber algo de la situación de la joven desaparecida. Comisarías, iglesias, embajadas y el intento de una reunión con el entonces gobernador interventor de la provincia de Buenos Aires, Ibérico Saint-Jean, fueron infructíferos.
El relato de Mario sobre los hechos acontecidos hace más de 30 años se volvía vívido cada vez que lo invadía el recuerdo de su hermana. El tramo más duro de su declaración llegó cuando tuvo que remitirse al 20 de septiembre de 1976. Ese fue el día que recibió en su casa de 72 entre 6 y 7 de La Plata el mensaje menos esperado, pero a la vez predecible. Tenían 72 horas para retirar el cuerpo de Analía, supuestamente abatida en un enfrentamiento armado con las fuerzas represivas.
Un error en los datos de dónde debían remitirse para recuperar los restos de la joven llevó a los hermanos de Analía a girar nuevamente por diferentes dependencia policiales, hasta que lograron determinar que el cuerpo estaba en Mar del Plata bajo la tutela de la comisaría cuarta.
Allí fueron recibidos por el policía a cargo de apellido Asad (hoy se encuentra fallecido) quien les mostró una especie de expediente donde había fotos de Analía muerta. “Estaba vestida con ropa que no era de ella y se veía muy flaca”, recordó Mario. Posteriormente, él junto a su hermano Juan y una consigna policial se dirigieron al Cementerio de la Loma donde tuvieron que reconocer el cadáver.
“Estaba muy lastimada, tenía hematomas en la zona de los pechos y quemadoras en las axilas. También tenía marcas en la boca y en los ojos, de pegamento, como las que dejan las curitas”, detalló Mario con la voz quebrada. El cuerpo de Analía figuraba como NN y presentaba al menos dos orificios de bala, uno en la ingle y el otro en medio del pecho.
Mario señaló que su hermana y De la Torre tenían una incipiente militancia en la agrupación Política Obrera. Además, por boca de De la Torre, quien fue puesta a disposición del PEN, supo que ambas estuvieron cautivas en el centro clandestino de detención el Vesubio donde fueron brutalmente torturadas.
A su turno, el representante de la querella, le pidió a Mario que recordara cómo era su hermana: “Era joven; solidaria; leal con sus amigos, con la gente, con su ideología. Una persona con carácter y con una ubicación clara en este mundo y en el país en el que vivía. Era una buena persona”.
Por su parte, Juan Alberto Magliaro, de 63 años, también hermano de Analía, reafirmó con sus palabras los hechos narrados por Mario.
Una vez concluido el relato de Juan Magliaro, fue el turno de escuchar los hechos según Roberto Chirria, de 70 años, dueño de la casa donde Analía fue secuestrada. El relato fue en todo coincidente con lo expuesto por los familiares de la víctima. En relación a la relación al por qué Magliaro paso esa noche en su casa, Chirria expresó que era algo normal ya que tanto Analía como Gabriela De La Torre eran amigas de su esposa y que –a pesar de no cursas la misma carrera universitaria- compartían algunas cursadas.
En relación al operativo, Chirria explicó que como mínimo fueron 20 las personas que ingresaron a su casa aquella madrugada y que interrogaron violentamente a las dos jóvenes en la cocina. La pregunta recurrente era si conocían a “El cabezón”, apodo con el que llamaban al novio de De La Torre.


EL TRANSPORTADOR
Roberto Eduardo Berazay tiene 69 años y es una especie de coleccionista de papeles un tanto comprometedores. Entre ellos guarda los que acreditan los diferentes traslados que realizó durante la última dictadura militar en calidad de miembro de la Policía Militar 101. “El único que no tengo es de Menem, pero guardo el del gobernador de Mendoza, Martínez Baca y el de Magliaro”, expresó.
Ese papel hace constar la entrega de Analía Magliaro a la Agrupación de Defensa Antiaérea 601 con asiento en Mar del Plata. La firma que rubrica esa entrega es del imputado Fortunato Valentín Rezett. Debajo de su nombre, también consta la sigla S2, que lo acredita como miembro de la sección Inteligencia.
Durante su testimonio Berazay no dudó en certificar que fue él quien retiró a Magliaro de la comisaría 34 de Capital Federal y que luego de un vuelo de aproximadamente 3 horas la dejó en el ADA 601, entonces dirigido por el coronel Pedro Barda.
“La única cara amigable que encontré en el lugar era la del entonces capitán Rezett. Me apreció raro ver a un infante en una unidad de artillería”, recordó.
Tambié, Berazay recordó que Analía Magliaro estaba en “buenas condiciones” de salud cuando la retiró de la comisaría 34 y que así la entregó en el GADA.
“Desconozco los motivos del traslado y por qué estaba detenida, mi orden era entregar a la detenida, y eso hice. La orden fue oral, clara y no era indigna, por eso la cumplí”, recordó en diferentes tramos de su declaración.
Al concluir, el militar retirado no dudo en preguntar cuál era su situación en relación a las restricciones de libertad. El presidente del Tribunal lo miró y le dijo que su declaración había concluido y que podía irse a su casa. En la sala el murmullo expreso: “por ahora”.

Por Juan Carra

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